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Mostrando entradas de agosto, 2012

Seamos insolentes

Seis de la mañana. Suena el despertador y por mi cabeza pasan cientos de excusas posibles para no ir a trabajar. Maldigo una y mil veces a mi madre por parirme con este extremado sentido de la responsabilidad y me arrastro de la cama a la ducha. Consigo deshacerme de las legañas, pero no de la espesura mental que me acompañará casi hasta el mediodía. Tal vez el primer café del día pueda ayudarme. Me visto apresuradamente, cojo el bolso y salgo a la calle dispuesta a vivir un apasionante nuevo día dedicado a la limpieza de distintos inmuebles por un miserable sueldo, que me permitirá llegar tranquila hasta el décimo día del mes aproximadamente. Pero a veces la vida tiene sus puntos y de camino a la parada del autobús mis ojos se topan con la noticia del día: un juez cualquiera considera que llamar "zorra" a una mujer no es un insulto. No puedo evitar soltar una sonora carcajada, salida desde lo más profundo de mi garganta. "Está bien", me digo. "Si soy capaz d

Punto final

Mientras el sol le da en la cara y el viento le despeina; Julián echa la vista hacia atrás. Parece mentira que la vida tenga estos giros rocambolescos y de tan mal gusto, porque, hace seis meses, él era relativamente feliz. Susana todavía le amaba o, al menos, eso es lo que le hacía creer. Pobre ignorante. La adoraba, hasta que vio todo su amor desparramado sobre su propia cama de matrimonio, entremezclado con los fluidos corporales de su amada y uno de sus mejores amigos. Abrió la puerta del dormitorio y allí lo vio, espachurrado entre los dos cuerpos desnudos, intentando zafarse de entre las sábanas. Y ya no pudo rescatarlo, ni tan siquiera tras los cientos de excusas ni las miles de lágrimas derramadas por ella. Porque él no lloró, la rabia alojada en cada centímetro de su alma se lo impedía y hasta era capaz de percibir cómo el rencor le obstruía los lacrimales. Borrón y cuenta nueva, se dijo, pero la tinta del bolígrafo de su vida debió de agotarse en aquel preciso instante. Todo

Me quiere, no me quiere

¡Qué bonito y fácil era el amor en aquella época en la que éste sólo dependía de una margarita!     Texto seleccionado por el jurado en el VI Certamen de Relatos Hiperbreves convocado por la Universidad Popular de Talarrubias (Badajoz). Mayo 2012.

Nuevas palabras

A sus siete años Samuel adora las palabras. Cada día intenta aprender alguna nueva y hoy ya ha elegido una. -Mamá, ¿cómo se escribe "crisis"? -Ahora no, Samuel, los mayores estamos hablando de nuestras cosas. En los últimos meses a Samuel ya no le prestan la misma atención. Sí, es pequeño, pero no tonto. Sabe que algo raro está pasando a su alrededor, aunque no consigue saber qué es aquello que tanto atormenta a sus padres. Papá sale todas las mañanas temprano de casa, pero el bocadillo envuelto en papel de plata que mamá siempre le preparaba, ha sido sustituido por una carpeta llena de folios, todos ellos iguales. A Samuel le hace una gracia tremenda ver la foto de papá impresa en cada una de esas hojas. La hora de la comida también es distinta desde hace algún tiempo. Ahora, en lugar de comer en casa, mamá y él hacen cola durante un buen rato frente a un comedor lleno de gente en el que no es posible elegir la clase de comida que a él le gusta. Nada de hamburguesas ni m

La oración

Victoria no sabe rezar, pero esa noche lo intenta. Reza a su manera. Cierra los ojos, aprieta los puños y pide en silencio. Pone toda su alma y su fuerza, la poca que ya le queda, en esas palabras que van tomando forma en su mente. Se dirige a un dios, a ese mismo que la abandonó al tercer año de su boda, el mismo que permitió que, el que creía que iba a ser el amor de su vida, se convirtiera en un monstruo. Susurra su plegaria mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas. "Por favor, dios mío, no permitas que esta noche vuelva a pegarme". Victoria se acurruca en la cama temblando, se cubre con las sábanas hasta la cabeza y espera angustiada a que se escuche la llave entrando en la cerradura de la puerta.