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Mostrando entradas de septiembre, 2015

El sueño de Celia

Su propio grito la despertó. Desorientada miró el reloj: las seis y media. Tenía la boca seca y el cuerpo empapado en sudor. En el otro extremo de la ciudad, a la misma hora, Adrián abrió los ojos al oír el penetrante zumbido de su viejo despertador. Enseguida supo que aquel no sería uno de sus mejores días: un terrible dolor de cabeza amenazaba con martirizarlo durante las próximas horas. Celia se levantó de la cama. Seguía angustiada y no conseguía recordar nada del maldito sueño, ni una sola imagen, solo esa horrible sensación que ahora amenazaba con bajar hasta la misma boca de su estómago. Fue hasta la cocina y preparó café con la esperanza de disipar la espesa niebla en la que sentía estar sumergida. Una ducha también ayudaría, el agua tal vez pudiera arrastrar su malestar. Adrián buscó en el cajón de la mesita de noche algo con lo que calmar el martilleo que taladraba su cabeza. Nada, ni una pastilla. Debí de tomarme la última hace dos días para la resaca de la despedida

La mudanza

Después del brutal accidente nos tuvimos que mudar a las afueras de la ciudad junto a mis padres. Nuestro nuevo hogar se encontraba en un paraje muy tranquilo, alejado de las molestas voces y ruidos de la ciudad, sin embargo los niños no acababan de acostumbrarse. Echaban de menos a su madre y preguntaban por ella constantemente. Yo la visitaba a diario en el hospital y pasaba las noches a su lado a la espera de volver a ver abiertos sus inmensos ojos verdes. Tras el paso de los meses me convertí en el único testigo de su lenta mejoría hasta que ella, al fin, pudo abandonar el hospital. Aquella noche volví a casa desolado. Cómo explicarle a los niños que mamá, de momento, no podría mudarse a nuestro acogedor panteón familiar. Microrrelato seleccionado para su publicación en el I Concurso de microrrelatos convocado por Ojos Verdes Ediciones.