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Mostrando entradas de 2021

Ave salvaje

  Algunos días mamá quería volar, por eso a veces la encontrábamos subida al alfeizar de la ventana, batiendo sus brazos, dispuesta a dar el gran salto mortal. Es entonces cuando nos acercábamos muy despacio para no asustar a aquella ave salvaje y, una vez detrás, nos abalanzábamos sobre cada una de sus piernas. Mientras la sujetábamos todo lo fuerte que podíamos gritábamos para que papá viniese a ayudarnos. Una vez sobre la alfombra de la habitación, todo eran abrazos, llantos, gritos y mocos. Ese mismo día mamá desaparecía durante una temporada y a nosotras nos invadía un alivio triste o una tristeza aliviada, que transitábamos en casa de los abuelos, ya que papá se sentía demasiado cansado para hacerse cargo de su dolor y de nosotras al mismo tiempo. No se lo reprochamos jamás.  A mamá no podíamos verla durante esas temporadas en las que permanecía en el  taller de reparación , como nos contaba papá cada noche por teléfono. Allí se encargaban de restaurar su salud mental y durante a

Puro veneno

  Mamá estaba hecha de historias y olía a papel impreso, pero desde hacía unos meses parecía no encontrarse demasiado bien. Fue durante el último verano que pasamos los tres juntos cuando nos dimos cuenta de que su amor por los libros se había descontrolado. Al descubrir el estropicio que mamá había preparado en la cuenta corriente, papá me cogió de la mano y pasamos toda una calurosa tarde de agosto de librería en librería mostrando su foto para que no la dejaran entrar más. No me atreví a contarle que hacía ya un tiempo que mi hucha cada vez pesaba menos. En esos días las peleas entre ellos se volvieron constantes. Él intentaba de mil maneras distintas que ella sacara su cara de entre las páginas y nos prestara algo de atención, pero nunca tuvo éxito. Así es que al final le dio a elegir, o ellos o nosotros. Salimos perdiendo. Una noche a principios de septiembre no volvió y al día siguiente papá se deshizo de todos los libros que invadían la casa, o eso creyó. Escondí uno porque el v

Despedida

Imagen tomada de internet La madre mira embelesada a su hijo vestido con el traje nuevo. Después de tantos meses en el hospital, todo el día en pijama, ahora resplandece como un ángel. Ella le besa por última vez y enseguida le indica al empleado que ya puede cerrar el pequeño ataúd blanco.

La cita

  Las sirenas de las ambulancias detonarán el silencio de su casa. Ella se despertará asustada. Observará a su alrededor y, tras unos segundos de desconcierto, recordará que se quedó dormida en el sofá. Mirará su reloj y descubrirá que ya no podrá llegar a tiempo a la cita. Hace más de media hora que tendría que haberse encontrado con él. Se pondrá furiosa consigo misma y cuando se disponga a buscar su móvil entre los cojines, las imágenes del televisor captarán toda su atención.  Enseguida reconocerá la cafetería en la que han quedado. Verá cómo el cartel con el nombre del local cuelga ahora a lo largo de la fachada siguiendo un rítmico vaivén, como el de un cuerpo recién ahorcado. Mirará incrédula cómo han desaparecido los cristales que antes resguardaban la terraza, dejando al desnudo una estructura metálica retorcida de forma absurda, y aún le costará un momento reconocer que los bultos que yacen en el suelo, bajo los cristales, entre el amasijo de lo que antes fueron sillas y mesa

Posesión desde el más allá

Imagen tomada de internet. Esa tarde entras en mi gabinete hecha polvo. Tus ojos enrojecidos y esa sombra de infinita tristeza que planea sobre ti delatan tu pena. Te escucho muy atenta cuando me cuentas que hace ya un mes que un infarto se llevó a tu marido y que te sientes incapaz de seguir adelante sin él. Con la esperanza de que al menos puedas dejar de llorar, te propongo invocar su espíritu para que pueda decirte cómo está. Tal vez eso te alivie en cierta manera el dolor. Accedes sumisa y yo intento contactar. Enseguida él se manifiesta y antes de que cualquiera de las dos podamos reaccionar penetra en mi cuerpo con una brutal embestida. La temperatura de la sala se dispara y siento como si una repentina fiebre se apoderara de mí. Mis ojos se giran hacia dentro, dejo la mente en blanco y me abandono a sus salvajes sacudidas. Un reguero de sudor se desliza despacio por mis pechos, atraviesa mi ombligo y se pierde entre mis muslos. En ese instante me sobreviene una fuerte descarga

Un día cualquiera

  Permítame el lector que le cuente cómo es un día cualquiera de mi vida sin entretenerme en demasiados detalles. Me levanto temprano, muy temprano, con el único propósito de disfrutar en silencio de un café. Mi pareja (no estamos casados ni asoma intención alguna) trabaja de noche, así es que a veces no coincidimos más allá de una insignificante media hora. Abre la puerta cuando yo estoy preparando el desayuno de los niños, nos besamos, me cuenta cómo le ha ido y en cuanto se va a acostar comienza una frenética carrera para no llegar más tarde que el día anterior al colegio. Despierto a los gemelos la primera vez, y es que puedo llegar a hacerlo hasta tres o cuatro veces más, los visto, los aseo, intento que desayunen sin que la cocina acabe pareciendo un campo de batalla, me visto, me peino, cojo mis bártulos, a los niños, sus mochilas y todos al coche. Conduzco hasta el colegio, aparco en doble fila, desembarco a los nenes y los dejo más o menos a buen recaudo hasta la tarde. Vuelvo

El secuestro

  Cuando llama por primera vez, le prometo que haré todo lo posible y le pido un poco de paciencia, a fin de cuentas mi marido solo lleva desaparecido una semana.  Para ganar algo más de tiempo, durante la segunda llamada veintidós días más tarde, le digo que quiero una prueba de que en realidad lo tiene secuestrado a él. ¿Qué tal un dedo?, sugiero. El dedo anular, ese en el que lleva el anillo de casado, el mismo anillo que seguro que esconde en los encuentros con sus múltiples amantes. Incluso, si quiere, la mano entera estaría bien.  Dos meses después el secuestrador insiste con una llamada más. Le cuento que ya me he acostumbrado a vivir sin él y esta vez, antes de colgar, le grito que por favor no se le ocurra volver a molestar a la hora de la siesta. Microrrelato finalista en la convocatoria de diciembre en el X Concurso de  La Microbiblioteca .

En la cocina

  Imagen tomada de la red. El comino es el condimento más despreocupado de la cocina. Greguería destacada por el jurado en el II Concurso de Greguerías del club de escritura Fuentetaja.

Secretos de familia

  «Que sepas que su preferido soy yo», grita Gustavo cuando nos enfadamos, y yo, rabiosa, le muestro el dedo corazón. Es cierto que, desde que mamá murió, papá pasa la mayor parte del día con él: juegan al fútbol, repasan la lección y hasta le está enseñando a pescar. Lo que mi hermano no sabe es que eso mismo es lo que papá me dice a mí cada noche cuando se cuela en mi habitación. Aunque, claro, tal y como me hizo prometer, no se lo puedo contar a nadie, ni siquiera al tonto de Gustavo. Microrrelato finalista en el Tercer Concurso de Microrrelatos «100 palabras de corazón» de  El Libro Feroz .  

Amante voraz

  Está ante mí, en mi propia habitación, y apenas puedo creerlo. Es ella, la mujer de mis sueños. No, qué va, es mucho mejor que la mujer que hasta ahora ha protagonizado todas mis fantasías. Y no es que sea grande, es que es enorme, inmensa, más aún, es mastodóntica. Baila para mí, le digo, y ella se contonea de forma torpe haciendo temblar el suelo. El suave bamboleo de sus carnes me mantiene hipnotizado frente a ella. Permanezco unos minutos más sentado en la butaca, disfrutando de un espectáculo que me gustaría que durara hasta el amanecer. Mejor todavía, que no acabara nunca. Ella sonríe mientras me muestra su cuerpo desnudo sin ningún pudor. Gira sobre sí misma y se deja caer encima de la cama. Por un instante temo que el viejo mueble no aguante su peso, pero lo hace, no sin antes quejarse con un estremecedor crujido. Mi diosa yace sobre la cama y yo la tengo como el mástil de un barco, como un ariete vikingo, como un misil a punto de explotar. Me levanto y me dirijo hacia la cam