Gracias a sus diez años de profesión, Tomás fue capaz, en pocos minutos, de saber que aquel individuo se había dado un gran festín apenas unas horas antes. Carne en salsa, tal vez corzo; algunas piezas de fruta, puede que en almíbar; frutos secos, pistachos quizá; pescado crudo; y todo ello regado con una cantidad considerable de líquido, vino tinto aparentemente. En cualquier caso, y pese a su veteranía, la parte en la que diseccionaba el estómago de los cadáveres que llegaban a sus manos, seguía resultándole la más desagradable de su labor como forense.