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Mostrando entradas de enero, 2014

Los cuentos de siempre

Me adentré en el bosque , una tarde más, ataviada con mi ajada capa roja. Seguí el camino, el de siempre, tarareando la consabida cancioncilla. Pasado el primer claro, apareció el maldito lobo feroz. Parecía cansado, más que de costumbre, y sus profundas ojeras así lo atestiguaban. Yo también lo estaba. Cansada y harta de las continuas humillaciones sufridas a lo largo de los años. Aquel día solo buscaba una sola cosa: venganza. Así es que, antes de que el lobo abriera su bocaza para preguntarme lo de siempre, saqué el revólver de mi cestita y vacié el cargador sobre su barriga. Después, corrí.

El traje

La proximidad de la navidad le hacía sentir mal porque invitaba a realizar un examen de conciencia del que pocas veces salía bien parado. La interminable lista de buenos propósitos que cada enero se afanaba en confeccionar, resultaba inútil apenas un par de meses después. Ahora, sin embargo, no había tiempo para lamentaciones. Repasó todos los preparativos y cayó en la cuenta de que no recordaba dónde había puesto el tique de la tintorería. Intentó hacer memoria mientras rebuscaba por toda la casa el maldito papel. ¿Dónde lo habría puesto? Abrió el armario y, traje por traje, miró en todos los bolsillos sin resultado. Cruzó los dedos y sacó la ropa húmeda de la lavadora para comprobar que tampoco estaba allí. Tras unos angustiosos minutos, encontró el resguardo bajo el mueble del pasillo, escondido, como queriéndose burlar de él. Demasiadas emociones para un solo día, se dijo justo cuando el teléfono comenzaba a sonar. De mala gana descolgó y escuchó al otro lado la voz de su ayudant

Casanova

Cómo pasa el tiempo , murmura Sebastián frente al espejo, mientras observa unas nuevas arrugas alrededor de sus ojos. Su lista de amantes a lo largo de estos años parece infinita, pero el tiempo no pasa en balde y, ahora ya, se encuentra sin fuerzas suficientes para enamorar a ninguna otra mujer. Demasiado tiempo embaucando lindas mujeres, haciéndolas creer que su amor sería eterno, que permanecería por siempre junto a cada una de ellas; y eso hacía, sí, hasta que en el camino aparecía una más y con ella se evaporaban todas las antiguas promesas de amor. Pero ahora, en unos minutos, se producirá su última cita. Sebastián se afeita con sumo esmero y se perfuma. Se viste con un elegante traje gris comprado para la ocasión, se anuda al cuello su corbata favorita y se dirige a la azotea del edificio. Cuando llega a la cita, ella ya está allí esperando. Siempre tan puntual. Sebastián se encarama al muro y, antes de saltar, saluda con una leve inclinación de cabeza a la bella dama de