Hemos decidido encargarnos de él como si se tratara de nuestro propio hijo porque, en realidad, somos buena gente. Dios no tuvo a bien darnos descendencia, así que estoy segura de que mandó a este joven pecador hasta nuestro hogar para que pudiéramos cuidarlo y darle una correcta educación. A veces hasta le ponemos algo de comer. Por la noche le curamos las heridas que nuestros castigos le causan durante el día, y es que él no termina de adaptarse a su nueva familia. Nos turnamos para leerle pasajes bíblicos, incluso rezamos con él, pero el maldito desagradecido no deja de suplicar que lo soltemos ya. Nos jura que no volverá a colarse en ninguna casa, que no robará jamás, ni siquiera un triste mendrugo de pan y que, a partir de ahora, acudirá a la iglesia de forma regular. Casi nos convence, pero por si solo fueran vanas promesas, hemos decidido acogerlo durante algunas semanas más. Finalista del X Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez.