“Y con la que está cayendo ni siquiera me puedo quejar”. Así
es como suelo acabar las conversaciones en las que alguien, sorprendido por lo
general, descubre que la misma chica que esa mañana le ha dispensado las
recetas de su abuela, ahora le está sirviendo un ron cola, con la mitad de ropa
y un par de dedos más de maquillaje encima. Porque esa soy yo, la “afortunada”
pluriempleada, especie en extinción en este país. Pertenezco a la generación en
la que “la bofetada a tiempo” resolvía la mayor parte de las diferencias entre
padres e hijos y al echar la vista atrás, recuerdo a mi madre insistiendo en
que estudiara más, que de aquello dependería mi futuro y no la creí, como
tampoco la creía cuando me decía que de mayor me gustaría la verdura. Porque
eso de que el trabajo dignifica será verdad, siempre y cuando uno disponga
también de tiempo para dignificarse
más allá de la oficina, la fábrica, el mostrador, la ventanilla o la barra. Y a
la conclusión a la que llego tras tantos años cotizando (y los que te rondaré
morena) es la misma a la que llegaron los antiguos filósofos griegos: todo es
bueno en su justa medida, ni un poco más ni un poco menos.
Les dejo, tengo que ir a trabajar.
Texto seleccionado en el I Premio Ex-présate para ser publicado dentro de la antología "¡Libérate hasta de ti!". Editorial Hipálage.
ISBN: 978-84-96919-63-1
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