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Póquer de reyes

Abrió la puerta y fue a la cocina. Ella esperaba sentada, mano sobre mano, con la mirada ausente. No dejó que la tocara. Le bastó ver aquella cara demacrada, pálida y desencajada para darse cuenta de que todo, ahora sí, se había desmoronado. En realidad ella nunca llegó a tragarse todas sus estúpidas excusas ni, mucho menos, esas múltiples promesas que antes de salir de su boca ya olían a falsas. Pero ahora leyó en su rostro que esta vez él había ido demasiado lejos. El televisor, su anillo de boda, el coche, la casa, el negocio familiar, su confianza.
Él intentó balbucear un patético lo siento, ella se tragó su rabia.
–Era imposible, de verdad, era casi imposible –gritó–. Póquer de reyes, ¿te lo puedes creer? ¡Tenía un maldito póquer de reyes!
Ella salió sin volver la vista atrás, sin lágrimas y sin nada más que perder.
Una vez en la calle, el hombre que la esperaba la llamó por su nombre. Ella le cogió del brazo y se dispuso a emprender una nueva vida con aquel completo desconocido.


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