A medida que pasaban las horas se iba poniendo más nervioso. Nunca pensó que todo aquello fuera a durar tanto tiempo, en su imaginación siempre había resultado más sencillo. Al principio el barrio estaba en calma, pero ahora podía escuchar todo el revuelo que se había formado en la calle. Y eso no ayudaba demasiado. Además, se había quedado sin tabaco. Preguntó si alguno de los que estaban ahí fumaba: ninguno. Él se sabía capaz de sobrellevar el hambre que sentía hacía ya un buen rato, pero estaba seguro de que no podría aguantar sin fumar. Así que decidió terminar con semejante agonía. Les ordenó levantarse del suelo, los acompañó hasta la salida y, uno a uno, los dejó marchar.
Una
vez solo sacó su mechero y encendió una de las colillas que había ido tirando
al suelo a lo largo del día. Tras darle dos caladas, abrió la puerta, tiró el
arma sobre la acera y abandonó el banco con las manos en alto.
Microrrelato ganador en el IV Certamen de microcuentos Vallecas Calle del Libro en la modalidad "resto de España".
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