La noche del jueves Belinda
y su amante decidieron escaparse juntos. Una hora antes de la huida, limpió el
pescado y lo metió en el horno. Tras fregar lo que había manchado, agarró el
cuchillo más largo que encontró en la cocina, y propinó doce puñaladas a su marido, mientras
este dormitaba en el sofá; ese de cuero blanco que ella tanto odiaba por ser
tan frío en invierno y tan pegajoso en verano, el mismo que su suegra se había
empeñado en regalarles por su décimo aniversario y que ahora permanecía
cubierto de sangre. Tras el crimen, descolgó el auricular del teléfono, marcó
el número de su hijo y cuando contestó, Belinda acertó a decir: “Cariño, la
cena te espera. No tardes, tu padre se enfría”.
«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar. Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo de El Libro Feroz Ediciones .
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