Ya se imaginará usted que
una ciudad como esta oculta multitud de misterios entre sus murallas y ya que
lo pregunta, y aunque a mí no me guste hablar de más, le diré que aquella noche
la pasé en vela a cuenta de los gimoteos del perro de la vecina. Estuvo
arañando la puerta de la casa hasta que a la mañana siguiente, cuando llegó la
policía y la ambulancia, se esfumó. Cuentan que el animal enloqueció al
descubrir el cadáver de su dueña. No es que yo haga mucho caso de los
chismorreos, pero sí puedo decirle que desde entonces el chucho vaga por los
alrededores como alma en pena. Es más, la señora María asegura que esa fiera no
se separa de uno de los dedos de su ama, que ella lo ha visto con sus propios
ojos, oiga. De todas formas, y ya que lo pregunta, le diré que éste es uno de
los barrios más tranquilos de toda Ávila y que estaremos encantados de tener a
alguien como usted de vecino.
«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar. Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo de El Libro Feroz Ediciones .
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