Tras pedir en recepción que
no me pasen ni una sola llamada hasta el día siguiente, subo a la habitación. Nada
más entrar siento cómo el anillo me quema en el dedo. Parece como si al cruzar
el umbral de la puerta, se hubiera hecho más pequeño de repente. Intento
girarlo, pero parece fundido al dedo. No se mueve. Yo tampoco. Me doy cuenta de
que estoy conteniendo la respiración cuando escucho el frenético bombeo de mi
corazón. Me aflojo el nudo de la corbata para obtener algo más de aire. Por un
momento, la única luz proveniente de la lamparita de noche, consigue serenarme
algo. A través de la puerta que conduce
al cuarto de baño, se cuela el sonido del agua corriendo, que, a su vez, se
mezcla con una voz femenina tarareando una irreconocible melodía.
Vuelvo a intentarlo y esta
vez, en lugar de girar el anillo, procuro deslizarlo. Así consigo hacerlo
llegar hasta el nudillo. Sin embargo de ahí no pasa. Lo hago varias veces sin éxito. Noto cómo el sudor
comienza a formar un cerco bajo mis axilas. No necesito mirar para saber que, a
estas alturas, ya habrá dos incómodas manchas allí debajo. Me llevo el dedo a
la boca y recubro de saliva la alianza. Varias veces. Una vez empapado el dedo,
retomo la batalla. Nada. El anillo forma ya parte de mí. Es más, creo haberme
convertido en una extensión del maldito anillo. Me acerco hasta la cama, donde
me siento. El tacto de las sábanas me resulta muy agradable, aunque no puedo
evitar pensar si realmente estarán limpias. Tras un par de profundas
inspiraciones, vuelvo a la carga. Lo giro, poco a poco, y con esos mismos
movimientos circulares, voy acercando el anillo hacia el final del dedo. El
nudillo vuelve a hacer tope. No me doy por vencido. Acumulo saliva en la boca y deslizo el dedo dentro. Con la
ayuda de los dientes tiro de la alianza. De forma suave, al principio. Ahora
con toda mi rabia. Tomo aire y reanudo la lucha. Esta vez parece que sí. Tras
varios tirones el anillo, por fin, cede. Ya está. Soy libre. Es justo entonces
cuando ella sale del cuarto de baño. Mantengo el anillo oculto en la boca. Ella
me mira sonriente, enfundada en un picardías rojo mientras termina de pintarse
los labios de ese mismo color. Allí, en mitad de la habitación, y encaramada
sobre unos vertiginosos tacones, me hace sentir pequeño, casi diminuto. Rompo
de nuevo a sudar y noto varias gotas deslizándose sobre mi nariz.
-Tranquilo, mi amor, todo va
a ir bien. ¿Estás nervioso, verdad? ¿Es la primera vez? ¿Sí? No te preocupes.
Esta mamita va a hacer que te olvides
de todo durante un buen rato. Vamos a pasarlo muy bien. Pero primero vamos a la
ducha, cariño, para que una vez limpito
yo pueda relamerte de arriba hasta abajo.
Antes de poder hablar,
incluso mucho antes de poder pensar en nada, noto el anillo bajando por mi
garganta, rasgándola, arañándola. A ver qué le cuento a mi mujer, pienso,
mientras comienzo a desvestirme.
Muy bueno el relato y cómo le desgarra la garganta. Le va a tocar estar atento cuando vaya al baño si quiere recuperarlo.
ResponderEliminarSí, aunque hasta entonces creo que más le preocupa inventar una excusa convincente para su mujer. No sé yo si será capaz de disfrutar...
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita, Lorenzo.
Un abrazo.