Mi
amor:
Hace ya dos meses que te fuiste de casa y
sigo esperando que vuelvas. Cada día se me hace más dura tu ausencia, sabiendo,
sobre todo, que esta vez no volverás, que definitivamente te has ido de mi lado
dejando un tremendo vacío en mi vida.
Si tuviera que valorar nuestra relación
podría decir con la voz bien alta que fui feliz, que gracias a ti, mi vida se
llenó de color, de miles de colores, de nuevos sabores y olores, los de tu piel
y tu pelo, esos que todavía permanecen en casa, agazapados entre las sábanas y
los armarios, dispuestos a sorprenderme en cualquier momento, cogiéndome
siempre desprevenida y con la guardia baja, para, así, sacudirme y despertarme
de esto que parece un mal sueño. Son eso que tú llamabas "bofetadas de
realidad". Pues bien, Mario, ya he conocido el significado de la frase,
aunque hubiera preferido no tener que aprenderlo a través de ti.
Cada día al terminar de trabajar vuelvo a
casa creyendo que te encontraré aquí de nuevo, sentado en tu despacho, leyendo
o escribiendo, con el pelo revuelto y con la patilla de tus gafas en la boca,
esas que te hacen parecer un niño bueno cuando te las pones. Pero siempre pasa
lo mismo: giro la llave de la puerta y lo único que sale a recibirme es un
estremecedor silencio al que inmediatamente tengo que hacerle frente, bien sea
con la radio o con la televisión, para no terminar derrumbándome, como ya es
frecuente que pase. En el trabajo me han dicho que puedo tomarme los días que
necesite, imagina cómo me verán, pero yo no quiero, me da pánico estar sola.
No te guardo ningún rencor porque sé que si
hubieras podido elegir, sin duda te habrías quedado junto a mí. Tengo un sueño
que se repite cada noche: sueño que estoy acostada en la cama y vienes a darme
un beso, ese que no recibí el día que te marchaste. Te acercas despacio, besas
mi mejilla y me susurras al oído: "Adiós princesa". Pero justo cuando
voy a incorporarme para pedirte que no me dejes, tú te conviertes en él, en el
hombre uniformado que aquel día llamó a nuestra puerta para decirme que ya no
volverías, que tu viaje de negocios y, en definitiva, nuestro viaje juntos,
había terminado en la mediana de aquella autopista.
Siempre tuya,
Tu princesa.
Comentarios
Publicar un comentario