Esteban no puede dormir. Da
vueltas en la cama, pero como no quiere despertar a su mujer se levanta y se va
al salón.
Este año no será como los doce
anteriores. No viajará a Pamplona. Ha decidido que no correrá más encierros,
que ya es hora de dejarlo. Su mujer lleva demasiado tiempo pidiéndoselo, dice
que sufre pensando que algún día un toro pueda matarlo. Peor aún, dejarlo inútil.
De nada sirve explicarle que el
santo siempre le protege, que siempre escucha la plegaria que él repite como un
mantra durante cada carrera: “San Fermín, san Fermín, aleja los cuernos de mí”.
Lo cierto es que pensó que ella
se alegraría mucho más al comunicarle su decisión, pero apenas ha esbozado una
tibia sonrisa.
Esteban vuelve a la cama. Al
entrar en la habitación el móvil de su mujer se ilumina. Ha recibido un whatsapp. La curiosidad es más fuerte
que él. Desliza un dedo por la pantalla. El móvil anuncia que JJ está línea. ¿Cómo que el capullo de tu marido no se
marcha a Pamplona? Joder, nena, me muero por verte.
Esteban lanza el teléfono contra
el suelo. Acaba de comprender que este año no ha hecho su plegaria al santo.
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