Ir al contenido principal

Miradas


Ya no se ven niños dentro de la ciudad amurallada. Tampoco mujeres, ella es la última, aunque sabe que no le queda demasiado tiempo. Lo siente en los ojos de los hombres que aún resisten al asedio, en sus miradas desesperadas, repletas de deseo, de ansia.
Al anochecer recorre lo que queda de la ciudad para encender los hogares de las casas vacías. Cada día hay más, pero gracias a ella el enemigo, de momento, no se enterará.
Hoy no se encuentra bien, su estómago hace mucho que ha dejado de rugir, ya ni siquiera es capaz de sentir el hambre. Ellos todavía sí. Por eso, cuando cae desfallecida en mitad de la calle, sus vecinos se abalanzan sobre ella como hienas hambrientas. Son sus miradas febriles lo último que la mujer ve.



Microrrelato seleccionado como finalista en el III Certamen de microrrelatos "Ciudad de Calahorra". Par leer los ganadores y el resto de seleccionados pincha aquí.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Truco o trato?

  Vampiros, momias, fantasmas y muertos vivientes esperaban con ansia la llegada de la noche más escalofriante del año. Solo entonces daban rienda suelta a su lado más oscuro y se disfrazaban de abogados, oficinistas o escritores mediocres. Microrrelato ganador mediante votación popular del Concurso de Microrrelatos Espeluznantes en las 100 Tiendas.

Una familia unida

  Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.

Duérmete, niño

  La madre mece al bebé de forma rítmica mientras le canta la nana que hasta ahora siempre había resultado infalible. Sin embargo, hoy el pequeño se agita inquieto en los brazos de la mujer hasta que acaba rompiendo en un desaforado llanto. Ella le susurra dulces palabras, aunque estas tampoco logran calmarlo. Así que lo vuelve a intentar con la canción de cuna. La entona de nuevo, y otra vez más, y una cuarta, hasta siete veces llega a repetir la melodía. Pero nada. El día ha sido demasiado largo y la mujer, a esas horas de la noche, ya no puede más, está exhausta y solo un pensamiento ocupa su cabeza: quiere dormir, necesita descansar, desconectar. En la habitación de al lado su marido, que se ha acostado hace ya un rato, permanece ajeno al insomnio de su hijo y a la creciente impaciencia de su mujer, que con cada uno de los ronquidos que atraviesan la pared acelera el ritmo con el que mece al bebé. Una vez más, se dice, y vuelve a cantar mientras continúa con el frenético vaivén...