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Miradas


Ya no se ven niños dentro de la ciudad amurallada. Tampoco mujeres, ella es la última, aunque sabe que no le queda demasiado tiempo. Lo siente en los ojos de los hombres que aún resisten al asedio, en sus miradas desesperadas, repletas de deseo, de ansia.
Al anochecer recorre lo que queda de la ciudad para encender los hogares de las casas vacías. Cada día hay más, pero gracias a ella el enemigo, de momento, no se enterará.
Hoy no se encuentra bien, su estómago hace mucho que ha dejado de rugir, ya ni siquiera es capaz de sentir el hambre. Ellos todavía sí. Por eso, cuando cae desfallecida en mitad de la calle, sus vecinos se abalanzan sobre ella como hienas hambrientas. Son sus miradas febriles lo último que la mujer ve.



Microrrelato seleccionado como finalista en el III Certamen de microrrelatos "Ciudad de Calahorra". Par leer los ganadores y el resto de seleccionados pincha aquí.

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Una familia unida

  Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.

Silencio

  «Ya estoy aquí», grita una noche más al llegar a casa. Lo hace con la esperanza de recibir una respuesta que le demuestre que su mujer ya ha olvidado la última pelea. Ella es demasiado cabezona y eso, la mayoría de las veces, a él le hace perder los nervios. Que luego a todas se les llena la boca con la tontería esa de la igualdad, pero ya le gustaría a él quedarse en casa y que fuera ella la que saliera a partirse el lomo cada día.  Hoy parece que tampoco se va a dignar a contestar, así es que va hasta el dormitorio, se asoma y comprueba que sigue inmóvil sobre la cama, en esa postura imposible para cualquier cuerpo. Le repite que ha llegado y, ante su obstinado silencio, enseguida cierra la puerta porque tras cuatro días el olor ahí adentro comienza a ser realmente insoportable. Seleccionado para su publicación en la antología del II Certamen de Microrrelatos Feministas de la Universidad de La Rioja.      

Resaca marina

El capitán no conseguía recordar nada de la noche anterior, tan solo el espantoso calor que todavía se empeñaba en continuar pegado a su piel. Se había despertado con la boca tan seca que bien podría haberse pasado todas esas horas mascando serrín. Aun así, cogió aire, cerró los ojos y sopló las velas, pero el barco no se movió. La maldita resaca le había dejado sin fuerzas y apenas podía pensar con claridad. Es cierto que sus excesos con la bebida nunca acababan bien –peleas con su tripulación, pérdidas de rumbo, cortes, fracturas y hasta un naufragio en alta mar–, pero esta vez había llegado demasiado lejos: por muchas vueltas que le diera no alcanzaba a entender cómo demonios había terminado encallado dentro de esa botella. #UnMarDeHistorias