Alguien debió de haber calumniado a Josef K,
puesto que, sin haber hecho nada malo,
fueron a arrestarlo una mañana.
El proceso. Franz Kafka
El chico permanece tendido sobre el suelo. Siente el calor de su propia sangre mientras se deja arrullar por el griterío de la gente a su alrededor. Cierra los ojos y, por fin, descansa.
Apenas media hora antes Marcelo corre a refugiarse en la biblioteca del instituto cuando suena el timbre. No hay demasiados chicos a esa hora, solo algunos de los castigados y un puñado de los otros, los empollones. El resto prefiere quedarse afuera, al aire libre, como presos en su hora de recreo, sabiendo que disponen de poco tiempo antes de volver a ser encerrados. Marcelo se sienta solo en una de las mesas, frente a la puerta y cerca de ella. Saca de su mochila un libro y, con las manos temblorosas, lo abre e intenta concentrarse en su lectura.
Alguien debió de haber…
Eso es, alguien debió de haberle avisado de que esto no iba a parar nunca, de que hiciera lo que hiciera siempre iba a permanecer en el punto de mira de aquella mala bestia. De nada había servido repetir un curso, eso no había conseguido distraer su atención. Seguía esperándolo a la salida de las clases. Lo buscaba con la mirada durante los descansos y su técnica era tan perfecta que ya ni siquiera hacía falta que se acercara hasta él. Con solo advertir su presencia, por muchos metros que los separaran, su estómago se encogía y el aire comenzaba a faltarle. No era miedo, era algo mucho más denso y sofisticado, tanto que apenas podía pensar en otra cosa durante el día. La noche era aún peor.
Marcelo sacude la cabeza para desalojar su mente como si intentara espantar a una muchedumbre de moscas. Vuelve a intentar leer.
Alguien debió de haber calumniado a Josef K, puesto que sin haber hecho nada malo…
Nada malo. Que él no había hecho nada malo dejó de pensarlo hace mucho tiempo. Tenía que haber algo, tal vez un gesto insignificante, una mirada a destiempo, el tono de su voz, su ropa, su aliento. No era capaz de concretar el qué, pero estaba seguro de que tenía que existir. ¿Cómo si no lo había elegido a él entre todos los demás?
Marcelo echa la mano al bolsillo y se aferra a la navaja que esconde en él. Es una pequeña que su padre emplea para pelar la fruta. La cogió esta mañana del cajón de los cubiertos, solo por si acaso, solo para sentirse menos solo.
Un último intento.
Alguien debió de haber calumniado a Josef K, puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana.
Arrestarlo. Arrastrarlo. Eso fue lo último que hizo con él. El puñetazo en el estómago lo derribó. Después lo agarró con fuerza del pelo y lo arrastró. Si toca su rostro todavía puede sentir las hendiduras que la grava y las piedras imprimieron en él. Pero no le duele, ya no. Ha aprendido a soportar ese dolor, el otro todavía no.
Marcelo cierra el libro. En lugar de guardarlo en la mochila decide devolverlo. Sabe que no lo va a terminar de leer.
Cuando sale a la calle no le sorprende descubrir que ya lo está esperando. Está sentado en un banco en la acera de enfrente y en cuanto lo ve se levanta y se dirige hacia él, como una fiera hacia su presa.
Josef K, piensa Marcelo, K, —capullo, canalla, cabrón— mientras saca la navaja del bolsillo y se la muestra al acosador. Este se detiene en seco y Marcelo advierte cómo el brillo de sus ojos disminuye en un instante. Abre la navaja muy despacio, con movimientos extraordinariamente lentos para que el momento dure más, y con la misma lentitud, pero con todas sus fuerzas, pasa la hoja por su muñeca izquierda. La sangre no tarda en brotar. Antes de tumbarse en el suelo, mareado, a Marcelo le da tiempo de ver cómo, por primera vez, K sale huyendo.
Este relato ha sido ganador en el IX Concurso de relatos "El folio en blanco" convocado por Fnac y la escuela de escritura yoquieroescribir.com.
Una auténtica pesadilla kafkiana que logra que el lector se muera por ayudar a ese chaval. Felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy buen relato. Sientes la angustia del chaval. Felicidades
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Mariángeles. Me alegro de que te haya gustado.
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