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Caído del cielo

 


I

Suena el teléfono por tercera vez. El hombre se resiste a salir de la cama en la que lleva tumbado los últimos días. Su piel y las sábanas arrugadas bajo las que se esconde del mundo comienzan a rezumar el mismo hedor. La habitación permanece a oscuras, la persiana bajada y la puerta cerrada no le permiten adivinar si es de día o de noche.

El teléfono vuelve a sonar. Hace un esfuerzo titánico para levantarse y arrastra los pies a lo largo del pasillo hasta alcanzar el aparato. El resto de la casa permanece también en penumbra, está anocheciendo. Por fin descuelga. Al otro lado su madre se muestra preocupada por él. Sabe que lo está pasando mal, pero eso no le da derecho a desaparecer, a no dar señales durante días, a olvidarse de ella, a hacer como si el resto del mundo no existiera, le recrimina.

Vendrás a cenar, le ordena.

El hombre camina despacio, con la mirada ausente, como un autómata. Justo antes de llegar al portal de la casa de sus padres escucha cómo alguien lo llama por su nombre desde el otro lado de la calle. No se da la vuelta. 

Sube hasta el sexto piso donde su madre lo recibe con un interminable sermón acerca de su desastrado aspecto y la terrible angustia en la que ella vive gracias a él. Cuando coge aire para proseguir con su agónico discurso, el hombre se excusa.

Mamá, voy a dejar el abrigo en la habitación, le dice. La mira por un momento a los ojos y la besa en la mejilla.

Está bien, voy a preparar la mesa.

El hombre se dirige a su antigua habitación, cierra la puerta, abre la ventana y se lanza al vacío.

 

II

Suena el teléfono por tercera vez. Me resisto a salir de la cama en la que llevo tumbado los últimos días. Mi piel y las sábanas arrugadas bajo las que me escondo del mundo comienzan a rezumar el mismo hedor. La habitación permanece a oscuras, la persiana bajada y la puerta cerrada no me permiten adivinar si es de día o de noche.

El teléfono vuelve a sonar. Hago un esfuerzo titánico para levantarme y arrastro los pies a lo largo del pasillo hasta alcanzar el aparato. El resto de la casa permanece también en penumbra, está anocheciendo. Por fin descuelgo. Al otro lado mi madre se muestra preocupada por mí. Sabe que lo estoy pasando mal, pero eso no me da derecho a desaparecer, a no dar señales durante días, a olvidarme de ella, a hacer como si el resto del mundo no existiera, me recrimina.

Vendrás a cenar, me ordena.

Camino despacio, con la mirada ausente, como un autómata. Justo antes de llegar al portal de la casa de mis padres escucho cómo alguien me llama por mi nombre desde el otro lado de la calle. Me giro y descubro a Olivia, la mujer con la que coincidí durante mi último internamiento y a la que le tengo un cariño especial. Me alegra ver que ella tiene buen aspecto. Olivia no puede decir lo mismo de mí. Nos reímos, nos abrazamos y prometemos volver a vernos pronto.

 

 

III

Está anocheciendo y Olivia se dirige apresurada a casa. Hoy la consulta con el psiquiatra se ha alargado un poco más que de costumbre, pero está contenta. El médico le ha dicho que está haciendo grandes progresos e incluso ha conseguido que le reduzca la medicación. No todos los días son tan gratificantes como el de hoy, todavía hay de los otros, pero poco a poco empieza a creer que es capaz de salir adelante.

Cuando va a cruzar la calle Olivia reconoce en la acera de enfrente a Nicolás, un compañero, del que hace varios meses que no sabe nada. Grita emocionada su nombre y él se vuelve. Olivia cruza la calle y siente una punzada en el estómago al ver su aspecto. Está demacrado, ha perdido mucho peso y al mirarlo a los ojos entiende que está rozando, otra vez, el abismo. La alegría de encontrarse con él se empaña por un instante, pero ella le sonríe y lo abraza todo lo fuerte que puede. Se despiden no sin antes prometer que volverán a verse pronto.

Cuando apenas los separan cinco metros Olivia se gira de nuevo y como si se tratara de una de sus antiguas pesadillas, ante su incrédula mirada, Nicolás es aplastado por el cuerpo de un hombre idéntico a él caído del cielo.


Relato ganador del Concurso Literario Manuel Rivas de la Irmandade Galega de Rubí en la modalidad de castellano.

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