La madre mece al bebé de forma rítmica mientras le canta la nana que hasta ahora siempre había resultado infalible. Sin embargo, hoy el pequeño se agita inquieto en los brazos de la mujer hasta que acaba rompiendo en un desaforado llanto. Ella le susurra dulces palabras, aunque estas tampoco logran calmarlo. Así que lo vuelve a intentar con la canción de cuna. La entona de nuevo, y otra vez más, y una cuarta, hasta siete veces llega a repetir la melodía. Pero nada.
El día ha sido demasiado largo y la mujer, a esas horas de la noche, ya no puede más, está exhausta y solo un pensamiento ocupa su cabeza: quiere dormir, necesita descansar, desconectar. En la habitación de al lado su marido, que se ha acostado hace ya un rato, permanece ajeno al insomnio de su hijo y a la creciente impaciencia de su mujer, que con cada uno de los ronquidos que atraviesan la pared acelera el ritmo con el que mece al bebé. Una vez más, se dice, y vuelve a cantar mientras continúa con el frenético vaivén de brazos.
Duérmete, niño, duérmete ya,
que viene el coco y te comerá.
Como el niño sigue llorando y ella se encuentra al borde de la desesperación, decide concederse un minuto, tan solo necesita respirar un instante, coger aire para volver a empezar. Deja entonces al bebé en la cuna y sale de la habitación conteniendo las lágrimas. Apenas ha puesto un pie fuera cuando un absoluto silencio cae sobre la casa. No puede ser, susurra incrédula, y enseguida se asoma muy despacio a través de la puerta entornada, justo a tiempo de ver cómo el coco devora a su bebé.
Microrrelato publicado en la revista literaria Fábula n.º 55 (especial letras riojanas).
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