Ya se imaginará usted que
una ciudad como esta oculta multitud de misterios entre sus murallas y ya que
lo pregunta, y aunque a mí no me guste hablar de más, le diré que aquella noche
la pasé en vela a cuenta de los gimoteos del perro de la vecina. Estuvo
arañando la puerta de la casa hasta que a la mañana siguiente, cuando llegó la
policía y la ambulancia, se esfumó. Cuentan que el animal enloqueció al
descubrir el cadáver de su dueña. No es que yo haga mucho caso de los
chismorreos, pero sí puedo decirle que desde entonces el chucho vaga por los
alrededores como alma en pena. Es más, la señora María asegura que esa fiera no
se separa de uno de los dedos de su ama, que ella lo ha visto con sus propios
ojos, oiga. De todas formas, y ya que lo pregunta, le diré que éste es uno de
los barrios más tranquilos de toda Ávila y que estaremos encantados de tener a
alguien como usted de vecino.
Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.
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