Ir al contenido principal

Carta de amor


Mi estimado Emilio,

 Tenga usted a bien leer esta misiva hasta el final, antes de hacerse una idea equivocada de mis propósitos, si bien no son otros que expresarle mi eterna gratitud por los magníficos momentos pasados junto a su persona y el exquisito trato con el que ha llevado mi caso.

Como bien recordará, fue hace un par de meses cuando acudí a su despacho, por recomendación de una amiga en común, para que pudiera tramitar mi divorcio. Tuvo usted a bien recibirme al momento y yo no sé, pero fue cruzar esa puerta y mi vida cambió. Y no lo digo por lo de la ruptura de mi relación, puesto que tal cosa hacía tiempo que ya no tenía remedio y tan solo se trataba de formalizar legalmente la situación. No, de lo que le hablo es de algo que va más allá de mi entendimiento. Lo que yo sentí nada más verle es que ya nos conocíamos, que ambos ya habíamos coincidido en vaya usted a saber qué momento, instante o vida pasada. Y créame si le digo que en temas religiosos soy una persona absolutamente escéptica. Pero lo vi y lo supe, como una revelación, como cuando bien entrada la mañana, el sueño tenido durante la noche se hace presente en la memoria. Así, sin más, de repente y sin motivo racional alguno. No sé si me entiende. Mejor aún, no sé si llego a explicarme de manera correcta.

El caso es que con el paso de los días y las constantes visitas, -permítame confesarle que más de una fue con absurdas excusas con el único fin de volver a verle-, la sensación de familiaridad fue en aumento y era, al abandonar su despacho, cuando me asaltaba un ingrato sentimiento de desolación y abandono. La angustia acechaba en el fondo de mi estómago haciendo que las horas siguientes carecieran de cualquier sentido. Así, me descubría pensando en usted de forma constante, suspirando como pocas veces me ocurriera antes e ideando nuevos y extraños pretextos para volver junto a usted. Supongo que ahora le irán encajando ya las piezas de este puzle de locos porque seguro que, en algún momento, llegó a pensar que yo estaba perdiendo la cabeza a causa de mi inminente divorcio. Pero no, por quien yo perdía la cabeza, y en ocasiones hasta el aliento, era por usted, mi adorado Emilio.

También le diré que tras estas letras no hay mayores pretensiones que las de declararle mi amor y nada más lejos que las de pedirle a usted ninguna otra cosa. Ahora bien, si por extrañas carambolas del destino, usted hubiera sentido algo similar hacia mi persona, sepa que sabré hacerle feliz como nunca nadie pretendió.

Usted ya dispone de mi teléfono, de manera que una llamada será suficiente para hacerme correr a sus brazos. Entenderé también que esta historia quiera llevarla en la más absoluta discreción y sepa que por mí no habrá ningún problema.

 

Un afectuoso abrazo,

                                                                                            

                                                                         Samuel Blanes 
 
 
 

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Truco o trato?

  Vampiros, momias, fantasmas y muertos vivientes esperaban con ansia la llegada de la noche más escalofriante del año. Solo entonces daban rienda suelta a su lado más oscuro y se disfrazaban de abogados, oficinistas o escritores mediocres. Microrrelato ganador mediante votación popular del Concurso de Microrrelatos Espeluznantes en las 100 Tiendas.

Una familia unida

  Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.

Duérmete, niño

  La madre mece al bebé de forma rítmica mientras le canta la nana que hasta ahora siempre había resultado infalible. Sin embargo, hoy el pequeño se agita inquieto en los brazos de la mujer hasta que acaba rompiendo en un desaforado llanto. Ella le susurra dulces palabras, aunque estas tampoco logran calmarlo. Así que lo vuelve a intentar con la canción de cuna. La entona de nuevo, y otra vez más, y una cuarta, hasta siete veces llega a repetir la melodía. Pero nada. El día ha sido demasiado largo y la mujer, a esas horas de la noche, ya no puede más, está exhausta y solo un pensamiento ocupa su cabeza: quiere dormir, necesita descansar, desconectar. En la habitación de al lado su marido, que se ha acostado hace ya un rato, permanece ajeno al insomnio de su hijo y a la creciente impaciencia de su mujer, que con cada uno de los ronquidos que atraviesan la pared acelera el ritmo con el que mece al bebé. Una vez más, se dice, y vuelve a cantar mientras continúa con el frenético vaivén...