Marina le hace sentir bien.
Ella tiene el don de encontrar las palabras adecuadas, esas que le susurra al
oído cada vez que hacen el amor, palabras que le excitan y le ayudan a olvidar
su miserable existencia durante un breve lapso de tiempo. Marina es como el
buen vino, su sabor permanece en el paladar tiempo después de haberlo saboreado.
Ella representa su refugio, allí está a salvo de cualquier problema, alejado de
su propia realidad. La costumbre le lleva a visitarla una vez al mes, pero los
minutos pasan rápido y ya solo dispone de diez. Suficientes para despedirse y dejar
el dinero sobre la mesita de noche, antes de salir de la habitación.
«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar. Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo de El Libro Feroz Ediciones .
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