Marina le hace sentir bien.
Ella tiene el don de encontrar las palabras adecuadas, esas que le susurra al
oído cada vez que hacen el amor, palabras que le excitan y le ayudan a olvidar
su miserable existencia durante un breve lapso de tiempo. Marina es como el
buen vino, su sabor permanece en el paladar tiempo después de haberlo saboreado.
Ella representa su refugio, allí está a salvo de cualquier problema, alejado de
su propia realidad. La costumbre le lleva a visitarla una vez al mes, pero los
minutos pasan rápido y ya solo dispone de diez. Suficientes para despedirse y dejar
el dinero sobre la mesita de noche, antes de salir de la habitación.
Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.
Comentarios
Publicar un comentario