Victoria no sabe rezar, pero esa noche lo intenta. Reza a su manera. Cierra los ojos, aprieta los puños y pide en silencio. Pone toda su alma y su fuerza, la poca que ya le queda, en esas palabras que van tomando forma en su mente. Se dirige a un dios, a ese mismo que la abandonó al tercer año de su boda, el mismo que permitió que, el que creía que iba a ser el amor de su vida, se convirtiera en un monstruo. Susurra su plegaria mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas. "Por favor, dios mío, no permitas que esta noche vuelva a pegarme". Victoria se acurruca en la cama temblando, se cubre con las sábanas hasta la cabeza y espera angustiada a que se escuche la llave entrando en la cerradura de la puerta.
«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar. Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo de El Libro Feroz Ediciones .
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