Aquella tarde a Lidia le quedó claro que algo no estaba haciendo bien con respecto a la educación de su hija. El motivo de alarma se desató esa misma tarde cuando la profesora preguntó a sus alumnos qué les gustaría ser de mayores y su hija había respondido sin ningún atisbo de duda: “Yo de mayor quiero ser hombre”. Al requerimiento de una explicación, Sofía lo tenía bastante claro pese a su corta edad: ella no quería llevar la vida que llevaba su mamá. No estaba dispuesta, bajo ningún concepto, a pasar todo el día trabajando fuera de casa, para a su regreso seguir trabajando en las labores del hogar. A ella no le gustaba limpiar ni tampoco cocinar. Tampoco le gustaba la idea de pintarse la cara todas las mañanas ni de pasar el día encima de unos tacones, que no hacían otra cosa que deformar los pies de su mamá, porque ella se había fijado y eran unos pies bien feos. Ella quería mucho a su mamá pero no le gustaba verla refunfuñando a todas horas. Sin embargo, su papá era distinto. Él también trabajaba, pero al llegar a casa no tenía nada que hacer. Su papá tenía amigos con los que se reunía un montón de veces e incluso sacaba algo de tiempo para jugar con ella. La cara de su papá nada tenía que ver con la de su mamá, puesto que él sonreía más a menudo. Su vida era más fácil y por eso Sofía decidió que de mayor quería ser como él.
De esta noche no pasa, pensó Lidia, hablaré con Martín
porque en esta casa todo va a cambiar desde este mismo momento.
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