Cada mañana, mientras tú aún
duermes, cojo la ropa del día anterior, esa que nunca te viene bien recoger por
la noche y la acerco hasta mi nariz para olisquearla una y otra vez, primero
del derecho, luego del revés. Una, dos, tres y hasta cuatro veces. De forma
compulsiva, de manera obsesiva, siete días a la semana, en busca de cabellos,
perfumes o carmines acusadores, a la caza de recibos incriminatorios olvidados
en el bolsillo interior de tu chaqueta. Cansada ya, al cabo de los años, no me
queda más remedio que inventarme una aventura, al no darme tú otra excusa mejor
para poder abandonarte.
«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar. Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo de El Libro Feroz Ediciones .
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