Gracias a sus diez años de
profesión, Tomás fue capaz, en pocos minutos, de saber que aquel individuo se
había dado un gran festín apenas unas horas antes. Carne en salsa, tal vez
corzo; algunas piezas de fruta, puede que en almíbar; frutos secos, pistachos
quizá; pescado crudo; y todo ello regado con una cantidad considerable de
líquido, vino tinto aparentemente. En cualquier caso, y pese a su veteranía, la
parte en la que diseccionaba el estómago de los cadáveres que llegaban a sus
manos, seguía resultándole la más desagradable de su labor como forense.
Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.
No me extraña, no se si voy a poder cenar después de pensarlo. Muy buen micro, te he visto en Esta noche te cuento y he venido a conocerte.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Bienvenida, Asun! Es un verdadero placer tenerte por aquí. Espero que la visita haya sido, al menos, entretenida.
EliminarUn abrazo.