Gracias a sus diez años de
profesión, Tomás fue capaz, en pocos minutos, de saber que aquel individuo se
había dado un gran festín apenas unas horas antes. Carne en salsa, tal vez
corzo; algunas piezas de fruta, puede que en almíbar; frutos secos, pistachos
quizá; pescado crudo; y todo ello regado con una cantidad considerable de
líquido, vino tinto aparentemente. En cualquier caso, y pese a su veteranía, la
parte en la que diseccionaba el estómago de los cadáveres que llegaban a sus
manos, seguía resultándole la más desagradable de su labor como forense.
«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar. Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo de El Libro Feroz Ediciones .
No me extraña, no se si voy a poder cenar después de pensarlo. Muy buen micro, te he visto en Esta noche te cuento y he venido a conocerte.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Bienvenida, Asun! Es un verdadero placer tenerte por aquí. Espero que la visita haya sido, al menos, entretenida.
EliminarUn abrazo.