Cómo
pasa el tiempo, murmura Sebastián frente al espejo,
mientras observa unas nuevas arrugas alrededor de sus ojos. Su lista de amantes
a lo largo de estos años parece infinita, pero el tiempo no pasa en balde y,
ahora ya, se encuentra sin fuerzas suficientes para enamorar a ninguna otra
mujer. Demasiado tiempo embaucando lindas mujeres, haciéndolas creer que su
amor sería eterno, que permanecería por siempre junto a cada una de ellas; y
eso hacía, sí, hasta que en el camino aparecía una más y con ella se evaporaban
todas las antiguas promesas de amor.
Pero ahora, en unos minutos,
se producirá su última cita. Sebastián se afeita con sumo esmero y se perfuma.
Se viste con un elegante traje gris comprado para la ocasión, se anuda al
cuello su corbata favorita y se dirige a la azotea del edificio. Cuando llega a
la cita, ella ya está allí esperando. Siempre tan puntual. Sebastián se
encarama al muro y, antes de saltar, saluda con una leve inclinación de cabeza
a la bella dama de la guadaña.
Relato ganador en el X Certamen Literario de "El ballet de las palabras".
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