Ir al contenido principal

El sueño de Celia

Su propio grito la despertó. Desorientada miró el reloj: las seis y media. Tenía la boca seca y el cuerpo empapado en sudor.
En el otro extremo de la ciudad, a la misma hora, Adrián abrió los ojos al oír el penetrante zumbido de su viejo despertador. Enseguida supo que aquel no sería uno de sus mejores días: un terrible dolor de cabeza amenazaba con martirizarlo durante las próximas horas.
Celia se levantó de la cama. Seguía angustiada y no conseguía recordar nada del maldito sueño, ni una sola imagen, solo esa horrible sensación que ahora amenazaba con bajar hasta la misma boca de su estómago. Fue hasta la cocina y preparó café con la esperanza de disipar la espesa niebla en la que sentía estar sumergida. Una ducha también ayudaría, el agua tal vez pudiera arrastrar su malestar.
Adrián buscó en el cajón de la mesita de noche algo con lo que calmar el martilleo que taladraba su cabeza. Nada, ni una pastilla. Debí de tomarme la última hace dos días para la resaca de la despedida, acertó a pensar. Fue hasta la ducha con la esperanza de que el agua fría le ayudara a reaccionar.
Celia se desnudó. Abrió el grifo de la ducha y esperó unos segundos a que saliera agua caliente. Primero deslizó una pierna dentro, después la otra, y al instante una reconfortante sensación la acarició. Fue al cerrar los ojos cuando vio, como si de una película se tratara, su pesadilla: Adrián se encontraba en la cama. Estaba pálido y parecía muy cansado. Rebuscaba en un cajón de la mesilla, pero no sacaba nada. Entonces se levantaba, iba hacia el cuarto de baño y… Las imágenes en la cabeza de Celia se esfumaron. Ahí es hasta donde recordaba. ¿A qué venía entonces ese miedo y esa angustia? No le des más vueltas, se dijo, todo esto es a causa de los nervios, al fin y al cabo te casas dentro de cuatro días. Tranquilízate, es solo un estúpido sueño. Celia salió de la ducha. Llamaría a Adrián antes de que este saliera hacia el trabajo.
Justo cuando parecía que su cuerpo empezaba a reaccionar bajo el chorro de agua fría, Adrián oyó el móvil. Una llamada tan temprano solo puede ser algo urgente, pensó un instante antes de que el ruido sordo de su cabeza contra el borde de la bañera silenciara su último pensamiento.
Al cuarto tono, Celia escuchó la voz metálica del buzón de voz. Se aclaró la voz: Hola, cariño, solo quería desearte un buen día. Me imagino que estarás conduciendo, así que volveré a llamarte esta noche. Solo quedan cuatro días, qué nervios, ¿verdad? Te quiero, amor mío.


Relato seleccionado para su publicación en el I Concurso "Sueños" convocado por Ojos Verdes Ediciones.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una férrea educación

«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar.      Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo   de El Libro Feroz Ediciones .

Una familia unida

  Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.

Silencio

  «Ya estoy aquí», grita una noche más al llegar a casa. Lo hace con la esperanza de recibir una respuesta que le demuestre que su mujer ya ha olvidado la última pelea. Ella es demasiado cabezona y eso, la mayoría de las veces, a él le hace perder los nervios. Que luego a todas se les llena la boca con la tontería esa de la igualdad, pero ya le gustaría a él quedarse en casa y que fuera ella la que saliera a partirse el lomo cada día.  Hoy parece que tampoco se va a dignar a contestar, así es que va hasta el dormitorio, se asoma y comprueba que sigue inmóvil sobre la cama, en esa postura imposible para cualquier cuerpo. Le repite que ha llegado y, ante su obstinado silencio, enseguida cierra la puerta porque tras cuatro días el olor ahí adentro comienza a ser realmente insoportable. Seleccionado para su publicación en la antología del II Certamen de Microrrelatos Feministas de la Universidad de La Rioja.