La noche del jueves Belinda
y su amante decidieron escaparse juntos. Una hora antes de la huida, limpió el
pescado y lo metió en el horno. Tras fregar lo que había manchado, agarró el
cuchillo más largo que encontró en la cocina, y propinó doce puñaladas a su marido, mientras
este dormitaba en el sofá; ese de cuero blanco que ella tanto odiaba por ser
tan frío en invierno y tan pegajoso en verano, el mismo que su suegra se había
empeñado en regalarles por su décimo aniversario y que ahora permanecía
cubierto de sangre. Tras el crimen, descolgó el auricular del teléfono, marcó
el número de su hijo y cuando contestó, Belinda acertó a decir: “Cariño, la
cena te espera. No tardes, tu padre se enfría”.
Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.
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