Le hice creer que podía
controlarme, que era capaz de manejar mi vida al completo. Y, sí, eso es lo que
le mostré a lo largo de noventa y nueve páginas, pero en la número cien decidí
plantarme. Tan sólo tuve que sentarme en el suelo y permanecer inmóvil. Han
pasado ya dos años desde aquello y, todavía hoy, aquel pretencioso autor sigue
sin acabar su primera novela.
«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar. Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo de El Libro Feroz Ediciones .
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