Le hice creer que podía
controlarme, que era capaz de manejar mi vida al completo. Y, sí, eso es lo que
le mostré a lo largo de noventa y nueve páginas, pero en la número cien decidí
plantarme. Tan sólo tuve que sentarme en el suelo y permanecer inmóvil. Han
pasado ya dos años desde aquello y, todavía hoy, aquel pretencioso autor sigue
sin acabar su primera novela.
Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.
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