Esta vez no me costó
demasiado descubrir mi regalo de cumpleaños, pues mi marido no se había tomado
demasiadas molestias para esconderlo. En el cajón de la mesilla, bajo su ropa
interior, encontré un hermoso anillo que, pensé, iba a ser la envidia de todas
mis amigas. Ya podía imaginarlas admirando tan bella joya y alabando el
exquisito gusto de mi marido. Sin embargo, la gran sorpresa llegaría al día
siguiente durante la fiesta de cumpleaños cuando, ante mis ojos incrédulos,
apareció mi mejor amiga con mi regalo en su dedo.
Tras el naufragio pudimos sobrevivir en aquella pequeña isla tanto tiempo gracias a papá. Eso creemos todos, aunque es cierto que también resultó de gran ayuda que Luis, el mayor, supiera cómo encender un fuego; que mamá afilara con semejante empeño aquella piedra hasta lograr que cortara mejor que cualquier cuchillo jamonero; o que Marta demostrara esa sangre fría pese a ser la más pequeña y su favorita. Sin embargo, antes de todo eso, fue a mí a quien le tocó el arduo papel de explicarle lo difícil que nos iba a ser continuar allí sin él. Microrrelato finalista en el X Certamen de Microrrelatos del Ateneo de Mairena.
Olé tú.
ResponderEliminarBuen texto, buenísimo y con la dosis de mala leche que tanto me encanta.
Un placer llegar hasta aquí y quedarme.
Besos y que sigas cosechando éxitos.
Sin duda, el placer es mío, Towanda.
EliminarMuchas gracias por la visita y bienvenida.