Todas las tardes mamá acude
al colegio a recogerme, aunque estos últimos días no lo hace sola. El señor que
la acompaña tiene la voz un poco ronca y una barba que siempre pincha. No me
gusta cómo la mira y no me gusta que a cada rato la coja de la mano. Seguro que
a ella tampoco porque enseguida se la suelta. Creo que no le caigo demasiado
bien. Además odio que mamá me obligue a darle un beso antes de despedirnos,
pero lo hago sin rechistar porque sé que ella me regalará un tebeo o un montón
de cromos. Siempre lo hace, justo después de prometerle que no le contaré nada
sobre su nuevo amigo a papá cuando vuelva de viaje.
«Blanco o negro, vivir o morir...; se trata de tomar decisiones y actuar», gritaba mi padre furioso cada vez que me veía dudar. Los baños diarios en el mar, incluso durante el invierno, o la prohibición de mostrar mis sentimientos, ni siquiera durante el funeral de mamá, formaban también parte de su empeño en convertirme en un hombre de verdad, útil para este mundo. Así es que estoy seguro de que se sintió realmente orgulloso de mí cuando permanecí sentado en la arena, impasible ante sus súplicas, mientras se ahogaba aquella fría tarde del mes de abril. Microrrelato seleccionado para su publicación en la antología 100 palabras para un mundo de El Libro Feroz Ediciones .
Comentarios
Publicar un comentario