La noche del jueves Belinda y su amante decidieron escaparse juntos. Una hora antes de la huida, limpió el pescado y lo metió en el horno. Tras fregar lo que había manchado, agarró el cuchillo más largo que encontró en la cocina, y propinó doce puñaladas a su marido, mientras este dormitaba en el sofá; ese de cuero blanco que ella tanto odiaba por ser tan frío en invierno y tan pegajoso en verano, el mismo que su suegra se había empeñado en regalarles por su décimo aniversario y que ahora permanecía cubierto de sangre. Tras el crimen, descolgó el auricular del teléfono, marcó el número de su hijo y cuando contestó, Belinda acertó a decir: “Cariño, la cena te espera. No tardes, tu padre se enfría”.